14 junio 2011

CARTAS A NOELIA


Carta No. 6: Lluvia de oro en el espejo de la dulzura.

Mi dulce y amada Noelia:
Hoy vendrás. Mi corazón canta de alegría, porque me regalas el precioso instante de tu amable compañía. Tú mirada me transformará. Cruzará mi alma como pasa el ángel del amor, por un alado espacio donde habita el jazmín y la magnolia, esencias que de ti vienen. Hoy el cielo es más azul para esta tibieza que reconforta y despierta todos los sentidos.

Con la primera luz del día recorrí los parajes del olvido, con la desazón de la ruptura de una vena que nos ata a la belleza de lo imposible. Ibas conmigo, como siempre has estado desde el maravilloso momento, el de una cercana tarde, donde soñé que tomabas la decisión de brindarme un beso para sellar este amor que nos cubre con las alas del misterio.

No ceso de mirar el reloj para que avance más rápido, pero lo noto detenido en la maravilla que golpea mi corazón con una ráfaga de angustia y temor, pero nada pasará. Te han protegido muchas sabias energías que te harán invisible a los mortales ojos de la maledicencia y la envidia. El mundo está poblado de influencias que se contrarrestan con las actitudes diáfanas y puras, como son tu alma y tu cuerpo, bellos y perfectos para la acrobacia del destino, para la lisonja de la complicidad que nos hace seguros y equilibrados, como las agujas de la noche recogiendo susurrantes cantos de sirenas.

Te he esperado observándome a cada rato en el espejo para saber si tengo la más remota esperanza de merecer otro soñado beso. Todavía no preciso en que paralelo estoy, que extraña ruta me asigna el encanto de tu mirada, de tus dulces palabras, de tu exacta valoración. En algún momento sentí crecer el desencanto, pero me animé recordando tus gestos, ademanes y vocablos que a diario me resucitan de esta amorosa cárcel, donde renazo y muero, soñando tus brazos y tus ojos que me desnudan el alma y los sentimientos.

Procedes del territorio de la magia, de esa azul laguna donde crece el sortilegio que se mece en los gigantescos brazos de la ilusión. Vienes cada mañana a refrescar las heridas de mis confusos pensamientos. Te instalas como el hada madrina que aspira todo hombre a tener a lo largo de su tormentosa vida. Yo te agradezco ese elixir con el cual me embriagas hasta el borde de la locura. Yo te agradezco este vino que perturba mis sentidos, hasta hacerme perder la conciencia de quien soy y para donde voy. Te agradezco que me conduzcas por este mar de penumbras donde a cada rato me extravío. Tu eres el faro que dirige a este naufrago de amor en los océanos procelosos de la desdicha. Gracias a ti llegaré a puerto seguro, donde olvido todas las penas, cuando sonríes, con esa sonrisa de maravilla y clavel, de perla y rubí y amor maternal, con el cual cicatrizas las crueles heridas.

Dulce Noelia: eres bálsamo de todos los instantes, encarnada rosa de reprimida pasión, dulce fuego de dichas y fortunas, vaso sagrado de amor contenido y compartido, sutil perfume que trastorna y resucita,  bruñido cristal de luna de plata, amorosa manta que acaricia y abriga, corola tenue del creciente deseo, doloroso y dichoso amor prohibido, lluvia de oro en el espejo de la dulzura, canto de alabanza en la puerta del misterio, azul mandarina de lo sagrado y profano, princesa de bosques encantados, rosada neblina de la ansiada aurora, promesa de vida eternamente atormentada, crisol de fuegos cruzados donde crece la esperanza, grito herido de la espada que exclama te amo, te amo, niña mimada y bendecida, te amo hasta la fragancia imprecisa de la rosa herida al mortal pecho.
 

Carta No. 72: Roza con tu firme mano esta fresca piel que te espera al borde del silencio.

Mi dulce y amada Noelia:
Tu cálida voz, anhelante me llamó con las sílabas de tu emocionada poesía, mi bella Noelia, cuando apagué la luz para evocar aquella lectura tan tuya como íntima, que el vértigo de mi pensamiento cabalgó por los altos mandatos de la reveladora poesía femenina de esta altiva América que canta con voces indias y mestizas al amoroso continente de maravillas y dolores. Desde México escuché a Sor Juana Inés de la Cruz, declamando con dolido acento: “De la beldad de laura enamorados los cielos, la robaron a su altura…” para acto seguido escuchar la cándida voz de la religiosa de Tunja, Sor Josefa del Castillo exclamando: “Son de mirra y oro mis besos, Oh señor”. Extasiado en la contemplación del hondo significado de la arrobada palabra, llegó a mis oídos con la pureza de justiciera exaltación, el cantarino gorjeo de Emily Dickinson cantando: “Señor, cuando las rosas no florezcan y las violetas hayan terminado, veré la mano que pasó cortando este día de verano…”

Temeroso de romper el hechizo que traía esa lengua de fuego, como un susurro prodigioso del frío viento, tu dulce voz, mi amada Noelia, me recordó la dorada palabra de Laura Victoria, tan cercana a la tierra, como a los sentidos afectos con los cuales se eleva diciendo sin cesar: “ven, acércate más, bebe en mi boca esto que llamas nieve; verás que con tu aliento se desata; verás que entre tus labios se enrojecen los pétalos de ámbar”. Mientras a la distancia como un hermoso remolino golpeaba los cristales el encanto de Meira Delmar, exclamando: “No es de ahora este amor; no es en nosotros donde empieza a sentirse enamorado este amor por amor, que nada espera”. Atrapado por el intenso sentimiento que deshace en pétalos mi triste corazón, presentí en la atroz lejanía de tu ausencia, la mágica palabra de Susana March: “He soñado contigo, sin saber que soñaba…Te he visto en mis ensueños como un blanco fantasma, alto junco ceñido al aire de mi alma”.

Fragmentado y distante por tantos ecos, como golpes en mi tibia carne, resentí la grave voz de Alejandra Pizarnik que envolvía con gasas las sangrantes sílabas de su herida declaración de amor: “Oh, nada de angustias, ríe en el pañuelo, llora a carcajadas, pero cierra las puertas de tu rostro, para que no digan luego, que aquella mujer enamorada fuiste tú”. Una punzada fue fabricando su nido de tormentas en mitad del corazón y te pensaba tanto a flor de madrugada que recogí en la sonora lluvia un lamento hecho poesía en la quebrada voz de Alfonsina Storni, detenida en su negro y profundo mar de suspiros: “Te ando buscando, amor que nunca llegas; te ando buscando, amor que te mezquinas. Me aguzo por saber si me adivinas, me doblo por saber si te me entregas”.

Las suaves brisas del amanecer llevaron tu acariciante acento, hasta hacerlo un torbellino que se debatía en las alas del misterio, recordando a Dora Castellanos esculpir en el viento unos torturados versos:“Un día llegarás; el amor nos espera y me dirás, amada, ya llegó la primavera. Un día me amarás, estarás en mi pecho tan cercano, que no sabré, si el fuego que me abrasa es de tu corazón o del verano”. Fugazmente ascendí al cielo de tu amor, sensible Noelia, para retomar las canciones de Gabriela Mistral dibujándote en la escala de mis fantasías: “Le he encontrado en el sendero. No turbó sus sueño el agua, ni se abrieron más las rosas, pero se abrió el asombro de mi alma”: Sí, una tarde cuando tu leías: “Roza con tu firme mano esta fresca piel que te espera al borde del silencio”, sí, mi adorada Noelia, esa tarde sentí crecer el asombro en mi alma, como una punzante espina que llora la angustia de ver crecer las sombras del imposible que solo puede silenciar la negra muerte.   

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