20 junio 2011

CHIQUINQUIRÁ: ESPIRITUAL Y MATERIAL


La difusión de un milagro mariano que se produjo en la naciente aldea de Chiquinquirá, el viernes 26 de diciembre de 1586, al renovarse la imagen de la Virgen impresa sobre una rudimentaria manta, condujo al nacimiento de una ciudad de devoción que aprestó lo mejor de su espiritualidad para ofrecer a propios y extraños, en los siglos porvenir, una sólida fuente cultural que todavía se mantiene viva.

Cada año, en el marco del Aguinaldo Chiquinquireño, una festividad que se acerca a los 50 años de tradición, con comparsas y carrozas, llenas de ingenio y color, se recrea el particular mundo de ésta etnia que se ha sincretizado con el paso de los años en una amalgama de aportes culturales que prácticamente recoge todas las vertientes colombianas. Una carroza resume todos los sentimientos, emociones, sueños, fantasías, alegrías y hasta los sinsabores de una comunidad que en esta simpar representación encuentra, en los escasos días que ofrece el calendario para la fiesta, una oportunidad de mostrar sus raíces que tocan las fronteras de lo espiritual y material.

Es a través de un símbolo mariano, estrechamente ligado a la historia del alma nacional que florecen todas las manifestaciones artísticas del conglomerado social: las cantas y dichos por los caminos de la romería, van perfilando la honda poesía, para que surjan voces tan altas como las de Julio Flórez, José Joaquín Casas, Pío Alberto Ferro, Carlos Martín que perfilaron el estro poético para rozar el romanticismo, pasando por el costumbrismo hasta llegar a las altas cumbres de la expresión modernista, que lentamente dictaron las claras bases que darán identidad a la literatura colombiana.

Mientras la palabra aviva la expresión, artesanos y cantores trazan tiples y guitarras para alabar amores y pasiones. Los romeros, con sentidas plegarias elevan la voz por los caminos de la patria, afinando los primeros acordes que definen el bambuco como emblema de la geografía cordillerana del país. Se conjugan las actitudes, en tanto, otros hombres y mujeres mueven el torno de cimbra para redondear o moldear precisos artilugios que se convierten en especiales juegos donde la destreza hace malabares y es una nota más en cada trebejo que entretiene el tiempo que insondable pasa.  

El símbolo mariano que convoca la espiritualidad del pueblo colombiano va ajustando sus elementos que tienen otro importante matiz en la danza que toca territorios de profundas representaciones coreográficas de invitaciones e insinuaciones, como lo previene la Guabina Chiquinquireña, que convida al matrimonio a los pies de la Virgen como sagrado talismán de los largos años por vivir. El baile recrea un instante de eternidad que se labra en una exquisita obra artística como lo expresa la blancura de la tagua que adquiere en un sinnúmero de figuras una frescura sinigual que trastorna el espíritu del ingenio que asombra por la concreción de elementos tan pequeños como perfectos. Es la fuerza constructora de una etnia que depuró su arte para enseñarle a Colombia y al mundo que una cultura se forja a través de recibir muchos legados que convergen en el punto exacto de la maravilla tal la expresión de todas y cada una de las obras que concurren en este escenario para magnificar el genio creador, siempre al humilde servicio de un ideal que se perfila desde la sencilla ofrenda que se hace plegaria vespertina, cuando la campana dobla en sincera oración para agradecer la alegría de vivir en soñada paz y en plena armonía, la gracia de un nuevo día.

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